MI BARRIO

MI BARRIO

Vivo entre la mugre y las alimañas,
en una una escombrera de hormigón,
vetusta y decrépita,
carcomida como un  mueble viejo,
roída como la carroña.
La suciedad se agolpa en sus calles,
y las ratas campan a sus anchas.

Es mi barrio.

Nací en él,
crecí en su escuela de la vida
sin pisar un aula,
los libros son tan ajenos
como la cordura para el que se enajenó.
Practico el deporte de la supervivencia
y de la primacía de la dignidad.
Llevo impreso en mi piel
los tatuajes que la vida me ha regalado,
recordatorios de que me convertiré
en un desperdicio que se hincha
bajo el sol
para ser pasto de las alimañas.

El hipo hop es mi palabra,
cada farola y cada banca es mi gimnasio,
mis puños practican
el pugilato en la palestra de asfalto.
Mi respeto se escribe con sangre
en contratos de aire y baldosas.

He pasado de ser una ratilla más
deambulando entre la escoria
a ser un señor de las calles,
el rey sin corona
de mi barrio.

La aguja me traspasó la piel,

grabando en tinta
mi distrito,
mi barrio,
mi territorio,
mi patria
y mi vida.

Porque aquí piso con fuerza,
dejo grabada mi impronta.
Todos se apartan a mi paso,
todos me honran
y, el que no,
será mejor que sólo vea el humo
que han dejado
sus zancadas sobre la acera.

La policía no me respeta,
vienen a mi zona
y se pasean.
No les doy permiso,
y que no me toque,
pues a cualquiera piso.
El hierro en mi mano,
el acero bajo mi almohada,
anabolizantes en mis venas,
y que se acerque a mí quien se atreva.

Los zombis son reales.
Son mis clientes.
No son de ficción
ni de ninguna serie de televisión.
Son de carne y hueso,
respiran y se mueven,
todos reptan por mis calles,
todos buscan mi amparo,

mi protección y,
de mi mano,
la consumición.

El níquel da paso al papel,
y el papel de color va cambiando.
El cash es poder,
y poder es lo que muestro.
Inclinaos ante mí,
mirad las ruedas brillantes de mi carro,
las luces con las que su contorno enmarco,
la potencia de mi música,
y el rugir del corazón de mi caballo.

Estoy en mi casa
cuando derriban la puerta.
Entran los de negro.
Luces,
gritos,
armas.
Trato de llegar a mi hierro,
no puedo alcanzar el cuchillo bajo mi almohada.
Un golpe en la cabeza,
dos,
tres,
y al suelo.
Rodilla al cuello.
Me esposan las muñecas.
Luego poso para sus fotos,
me pasan revista en un juicio
y una celda de tres por cuatro
se convierte en mi nuevo palacio.
Me han despojado de todo,
me han quitado la corona
que nadie veía
pero que todos respetaban.

Ahora,
en mi soledad,
con el rostro enmarcado
por los barrotes,
miro hacia el exterior.
Espero mi salida.
Finjo seguir los dictados del Culto,
hago creer en redención
sin saber que,
en mi interior
sólo hay maldición.

Mi cuerpo seguirá siendo joven,
mis músculos fuertes,
y yo volveré,
con la fuerza de la ira,
a las calles,
puesto yo soy la Ley.

A fin de cuentas,
soy el emperador
de mi barrio.



© Copyright 2014 Javier LOBO

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