CRUZAR LAS BRASAS

CRUZAR LAS BRASAS


¡Qué duro es amar!
Ser lacerados por el destino,
seguir con nuestra penitencia
en secreto por la vida,
cogidos de la mano
hasta el fin de nuestras existencias.

No hay amor más dulce
que el prohibido,
no hay amor más sacrificado
que el no correspondido,
no hay mayor dolor
que el de sufrir en silencio
por quien no te corresponde.

Eso creí yo en mi juventud,
cuando el mundo era luminoso y fresco a mis ojos,
como una manzana al paladar.
Y, no obstante,
andado ya buen trecho de mi caminar,
me encuentro que no hay amor más cálido
que el que siento por ti,
que el que se demuestran personas dispares
sin nada en común
pero que son capaces de caminar
cogidas de la mano,
cruzar las brasas descalzos
sin pronunciar un grito,
sonriendo permanentemente al otro
a fin de insuflarle fuerzas,
apretando los dedos entrelazados,
rechinando los dientes.

Que el amor es
como una rosa de espinas vivas,
que nuestro deseo
es como un puño que la aprieta,
y el gozo y el placer de poseerte
es equiparable al dolor
de sentir mi piel traspasada
y las agujas hundirse
en mis carnes hasta el hueso.

Besaría la sangre de tus labios,
curaría de amor tus heridas,
me dejaría disolver en el ácido de tus lágrimas
por una sonrisa tuya.

Te tengo en mi pensamiento
a cada momento,
te conviertes en la luna
que ilumina mis noches,
en la lluvia
que riega mi tierra.
Busco tu beso
como el agua en el desierto,
busco tu puerto
como el fuego en la fría niebla,
busco tu amor
como la polilla a la luz.

Pero no te llego
y tú no puedes verme,
y lo único que puedo hacer
es continuar cruzando las brasas
de este desamor,
este desierto
que me devora hasta los huesos,
hasta el momento
en que todo termine
y la locura se apiade de mí,
o tus labios me entreguen
la salvación de tus besos.



© Copyright 2014 Javier LOBO

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