EL CIRCO DE LOS HORRORES

EL CIRCO DE LOS HORRORES

El aire huele
a algodón de azúcar
y manzana de caramelo,
los puestos con frutas bañadas
en chocolates de diversos colores
arrebatan la mirada,
el ruido ensordece
las palabras y,
caminando entre las calles,
sorteando las distintas atracciones,
paladeando chufas y piezas de coco,
altramuces y barquillos de canela,
aguardamos pacientemente
ante la gran entrada a la carpa.

La lona es de vivos colores,
la colección de cadáveres
apostados en la entrada
aguardando su momento para ser devorados
por la inmensa boca de tela
se eterniza,
pero todos guardan
su turno pacientemente,
hasta que sortean
el polvo del albero
y entran en las entrañas de la bestia.

Ocupan ordenada y disciplinadamente sus sitios,
ocupan los huecos mientras
el director de pista
hace su entrada desde ninguna parte,
apareciendo en mitad de la nada.

"Bienvenidos al circo de los horrores.
Esperamos y deseamos
que les guste el espectáculo
que para ustedes hemos preparado.
Les habrá parecido escaso
el óbolo a abonar,
pero les garantizo
que el precio a pagar
ni lo habría podido imaginar."



Comienza el espectáculo
mientras el director de pista
se disuelve en el aire,
convirtiéndose en niebla y ceniza,
en sombra y aire,
hasta que no queda nada más a la vista
en el disco de luz que ilumina
la pista de albero y polvo.

Salen las bestias a la arena,
pero no hay barreras
que las sujeten ni delimiten,
pero no importa.
Como romanos en las gradas del Circo
aúlla la turba
a cada salpicadura de sangre humana,
empapándose en vidas
que se apagan,
agostándose como plantas al final del estío,
mientras criaturas que no se pueden describir
se abalanzan sobre las primeras filas
y entre ellas mismas,
desgarrando sus pieles,
devorando sus carnes,
extrayendo sus vísceras
en esta orgía del horror.

Se alza una niebla púrpura
de sangre y polvo
hasta que todo se enturbia
y no se ve nada más
que el color escarlata del humor.
Entonces desaparece
y los focos alumbran los cielos
para ver a los trapecistas,
acróbatas del cielo,
dibujando signos impíos
de blasfemias susurradas
que ofenden a vivos y muertos por igual.
Se escucha el rechinar de los dientes
cuando parece que van a caer
pero no lo hacen,
y los niños se preguntan
dónde se aferran los artistas aéreos
si no hay cables ni trapecios que los sostengan.
Buscan con sus dulces miradas
los trucos de magia artística
mientras los ojos
se van convirtiendo
en hielo que se derrite
y corren lágrimas de sangre
por las tiernas mejillas.

Un estallido anuncia
la entrada del mago,
que va montando él solo
una figura a base de unir muchas cajas,
cual teseracto en un espacio tetradimensional,
ajeno a las leyes de este mundo,
descubriendo saberes que se quedan amplios
para las mentes tan cortas
que se encuentran presentes en la grada.

Según el teseracto desdobla su estructura,
van apareciendo payasos,
de bocas dentadas y hocicos alargados,
ni humanos ni animales,
monstruosos y deformes,
de almas retorcidas
pintadas por la mano
de El Bosco en persona.
Se inicia la orgía de sangre
en las gradas,
y el público ruge de satisfacción,
entregando las almas a placer
según se absorben las vidas a cada golpe,
hasta que no queda nadie en los asientos,
las gradas quedan vacías,
no hay vida,
sino sangre y muerte por doquier,
y el mago se quita la máscara de pico alargado
con la que oculta su faz
para desvelar que es el director de pista,
reconduciendo el espectáculo.
De fondo suenan los aplausos
de la sangre al gotear.

"Señoras y señores,
espero que les haya gustado nuestro arte.
Les conminaría a la siguiente sesión
para su deglución,
mas temo que,
como han podido comprobar,
no podrá ser
pues el precio del alma recabada
abonado está,
y no tienen más que una
la cual ya no es inmortal."

Entonces se apagan las luces
y no queda rastro de nada.
Sólo tinieblas.




© Copyright 2014 Javier LOBO

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