HOY HE VISTO TU CARA

HOY HE VISTO TU CARA

Hoy he visto tu cara,
con la mirada perdida,
los ojos vidriosos,

de pez,
mirando al techo,
contemplando el infinito,
las diluidas pupilas
observando la nada.

Hoy he visto tu cara,
embozada con una pátina
espesa y viscosa,
con la boca oculta
tras una mordaza deglutida,
de un color oscuro,
de una procedencia siniestra,
que no es sino
el propio corazón
de tus tinieblas.

Hoy he visto tu cara
enmarcada por tus cabellos enmarañados,
sucios,
que en otro tiempo brillaran,
prístinos y radiantes,
peinados con coquetería,
enmarcando una belleza ahora marchita.

Hoy he visto tu cara,
y en tu mirar
no había vida
y la esperanza hacía mucho
que se había ido por la puerta de atrás,
sigilosamente,
cerrando con cuidado
en un tímido intento
por pasar desapercibida,
yéndose con ella
el resto de tu cordura.

Hoy he visto tu cara
a través de las zarpas de tus dedos
crispados y cenicientos,
en un postrer intento,
no por ocultarte
bajo las sábanas de tu cama,
sino por arañar
un instante más de vida,
hálito vital
que ahora te falta,
de tu propia mano
y por propia voluntad.

Hoy he visto tu cara,
vacía y sin vida,
con esa particular lasitud cadavérica
que se apodera de nosotros
cada vez que cerramos los ojos
de la existencia terrena
para toda la eternidad.

Hoy he visto tu cara,
y he procurado mirar por tus ojos,
ver lo que tu viste,
sentir tu desesperación
para entenderte.
He mirado los juguetes nuevos
y los recogidos de los vertederos
para dárselos al tierno retoño de tus entrañas,
he visto tus retratos,
breves lapsos de tiempo
congelados para toda la eternidad
en recuerdo imperecedero
y me he deleitado en tu belleza
serena y antigua,
y he visto la lata,
arma de tu ejecución,
en el suelo.

He visto tu cara
y me has hecho comprender
que has dado el salto
hacia la inmensidad de la eternidad
porque ya no te quedaba nada más que hacer,
porque no quisiste intentar nada más,
porque tu enfermedad te carcomió
como una termita a la madera,
royendo hasta los cimientos tu cordura y tu alma,
como un cáncer con metástasis acaba con la carne,
así exterminó los últimos rescoldos vivos de tu voluntad.

Por eso la lata
que te disolvió las entrañas
tenía dos cañas,
letales conductores de tu deseo,
carnal conjunción con la muerte,
con el que quisiste purgar un dolor
que no eras capaz de soportar más.

El galeno te observa,
la primera observancia de la necropsia
in situ,
y yo te custodio
en silencio,
permitiéndome ver tu rostro
y tu cuerpo,
pues te hayas desnuda en la cama,
expuesta a la Parca
para vuestro éxtasis final,
y veo el dolor del sufrimiento
escrito en el libro de tu cuerpo,
los kilos perdidos,
la piel lasa,
la materia olvidada de tu anatomía,
en lo que ha sido
un lento y tortuoso peregrinar
hasta este momento,
el punto y final a tu vida
que tú misma has puesto.

Hoy he visto tu cara,
como la vi ayer,
como la he ido viendo
todos estos días
desde entonces.



© Copyright 2014 Javier LOBO

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