QUISIERA SENTIR

QUISIERA SENTIR

Quisiera sentir lo que sentís
ante la visión de una fuente
en un patio de vecinos,
chorreando,
gorgoteando,
interpretando su dulce sinfonía
de ritmos improvisados,
un exquisito jazz
de elementos relajantes por compás,
una taza de café
a las orillas del Guadalquivir,
pero no puedo.

Quisiera sentir el escalofrío
al ver la ciclópea espiga
que en la catedral se alza hacia el cielo,
la Giralda morisca,
o la vigilante y recortada silueta
de la Torre del Oro
reflejada por la noche sobre el río,
expectante,
siempre de guardia,
a la espera de alguien que habrá de venir
pero del que no sabe ni cuándo ni quién,
pero no puedo.

Quisiera estremecerme
ante la visión de la flor del azahar,
disfrutar del aroma de los naranjos en flor,
embriagarme con el aroma del fruto maduro,
pleno y lleno,
colgando en sus ramas sobre el vacío,
perderme en las sombras proyectadas por sus copas,
poder dormirme en el arrullo de su nana
cuando la brisa mece sus hojas
mientras los haces dibujan sombras chinescas
para distraerme y contarme
mil fantásticas historias inventadas,
pero no puedo.

Quisiera poder vivir vuestra feria
con la misma alegría que vosotros,
derramando la manzanilla por mi lengua,
libándola por mi garganta
para refrescarla del calor y el albero.
Enamorarme del erótico algoritmo
compuesto por los movimientos de las sevillanas,
que el corazón me palpitara
al son de las palmas y las castañuelas,
y que el rasgar de las guitarras
las lágrimas me hicieran saltar,
pero no puedo.

Quisiera emocionarme
con vuestra Semana Santa,
que un saetero erizase el vello de mi cuerpo,
el pálpito de mi corazón detuviera,
y las lágrimas en mi ojos estallasen
ante la visión de las tallas,

en la negrura de la noche,
en el silencio más extremo y respetuoso,
envueltos en las azuladas volutas
del incienso de la Madrugá,
pero no puedo.

Quisiera deslizarme
como un escualo entre dos aguas,
dejando ondas que se extienden hacia la eternidad
sobre la verdosa superficie del Guadalquivir,
estelas plateadas sobre las aguas
que van a morir a un sito que nadie puede vislumbrar,
disfrutar de los aromas del río,
de la quietud de sus aguas,
de su corazón esmeralda
y de sus criaturas,
pero no puedo.

Soy un pez, fuera del agua,
boqueando, desesperado,
por retornar a sus profundas aguas azules,
por volver a surcar el silencio de un mar
que ya no está a su lado,
dispuesto en la lonja
para ser devorado
allende su hogar.

Por eso de ti,
Sevilla,
no puedo disfrutar.



© Copyright 2014 Javier LOBO

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