RELATO "EL JUEGO"


Bueno, hoy es un día para arriesgar. Es la primera vez que lo presento en público, y los nervios del directo son inevitables. No es la primera vez que escribo un relato, y menos si este es erótico, pero sí que es la primera vez que lo presento públicamente.

Este relato también forma parte de mi próximo libro sobre erotismo, donde presentaré poemas nuevos y una pequeña colección de relatos muy subidos de tono... al estilo de Erótica Javier Lobo.

Espero que lo disfrutéis.

 EL JUEGO

Una noche más, sentado en un bar disfrutando de mi soledad. O de mi propia tristeza, quién sabe. Ni yo podía afirmarlo. Pero allí estaba, disfrutando de un largo trago de licor tras un larguísimo día de juicios y dolores de cabeza. Sentía la camisa adhiriéndose, empapada, a mi cuerpo. De fondo, un lánguido piano y alguien cantando de manera más que razonablemente correcta el "Piano Man" de Billy Joel.

Joder, cómo me moría por una cama en la que poder dormir y pasar página de un día que, en el mejor de los casos, podría definir como asqueroso.

Y allí estaba, sentada al otro lado de la barra mirando distraídamente su vaso de licor y a mí de hito en hito. La mirada se fue haciendo más pausada, cada vez menos atenta a su bebida y más centrada en mí, hasta que llegó ese momento mágico en el que se puede decir que hemos roto la barrera que nos separa y que se abre la veda.

Llegó la sonrisa.

Me acerqué muy despacio hasta quedar junto a un taburete alto junto a ella.

–¿Estás sola? –le pregunté.

Un simple parpadeo de sus pestañas para acompañar su sonrisa fue su respuesta. No necesitaba más. Giré el asiento y me acomodé encima.



[…]
La luz entraba delicadamente, como una caricia, por entre los estores que cubrían el cristal de la ventana. Se quitó despacio la chaqueta y la dejó sobre un galán de noche dispuesto en una esquina frente a un enorme espejo de cuerpo entero.

Di el primer paso: la tomé por la espalda, abrazándola con fuerza mientras mis manos recorrían su torso. Mi ávida boca buscó su oreja y comenzó a besar y mordisquear con delicadeza el arco exterior. Luego bajé al cuello y comencé a bajar por la curva del músculo, mordisqueándolo como un vampiro, sintiendo sus latidos contra mis labios. Luego hice lo mismo con la tráquea, sintiendo el estremecimiento de sus fibras en cada jadeo.

Mis dedos fueron desabrochando los botones de su blusa a la vez que iban amasando sus pechos, que se mostraban turgentes bajo las copas del sostén. Cuando finalmente la despojé de la prenda, apareció ante mis ojos un elegante tatuaje de estilo japonés, una sucesión de flores en colores intensos que se resbalaban desde su hombro hasta el codo izquierdo.

Mi erección se desbocó. Se convirtió en un corazón completamente independiente al de mi tórax. Casi parecía sacado del pecho de un velocista tras correr el doscientos.

–¿Te molesta? –preguntó ella, no sin cierta timidez–. El tatuaje.

Resoplé sobre su cuello. Mis dedos se zambulleron bajo las copas, haciéndolas saltar, dejando a la vista dos senos perfectos, de pezones enhiestos y areolas erizadas.

–No –logré jadear–. Todo lo contrario: me dan morbo.

Y recorrí el dibujo a lo largo de su brazo, besando cada línea, bajando hasta las costillas, que besé de rodillas, antes de perderme en sus pechos, donde me alimenté como un bebé sediento del néctar de mi amante.

Mordisqueé los senos. Lamí los pezones a la vez que los pellizcaba con los dedos. Se apoyó contra la pared, mientras su cadera ondulaba y su garganta dejaba escapar roncos jadeos. Fui besando los pechos hasta pasar a su cuello y terminar en sus labios a la vez que deslizaba mi mano por la pretina de su falda y la guiaba hasta su entrepierna, donde comencé a jugar con su clítoris.

Mis dedos se encontraron un órgano hinchado, húmedo y terriblemente excitado que hico que ella chillase de sorpresa y placer apenas la toqué.





[…]
Me miró con la mirada chispeante y ardiente por el deseo.

–¿Quieres jugar? –me preguntó.

Por mi mente, un pensamiento fugaz: estoy con una pirada.

–¿Qué propones?

Abrió despacio su bolso e introdujo una mano. Sentí un escalofrío reptando imparable por mi espina dorsal hacia mi cuello.

–¿Te gustan las bolas chinas? –Y fue sacando muy despacio las hileras de esferas que brillaron con malicia bajo la luz de la lámpara.

Enarqué una ceja, sorprendido. Todo mi cuerpo se relajó de golpe.

–Confieso que nunca las he probado.

Una sonrisa carmesí se dibujó en sus labios, brillando a la par que aquellos ojos lila que me habían encandilado en el silencioso bar en el que nos habíamos conocido apenas un par de horas antes.

–Las tengo blancas y negras –me explicó–. Te dejo elegir.

Tuve un momento de confusión. Negras, blancas,... ¿Qué más daba? Si el resultado iba a ser el mismo: hartarnos de follar, rugir como bestias y perder la cabeza en los brazos del otro para olvidar toda la mierda que nos rodeaba.

Se sentó al borde de la cama, donde separó los muslos, dejando al descubierto un sexo húmedo y palpitante, que mostraba la suave piel brillando a la luz de la lamparita de la pared, perfectamente depilado, donde el clítoris y los labios se entrelazaban formando un fruto jugoso y tentador.

Apoyada sobre un brazo, el otro describió un arco en el aire mostrando una hilera de esferas negras como el ónice que tintinearon al chocar entre sí antes de quedar oscilando sobre el vacío. La mano viajó hasta la entrepierna, y comenzó a introducir, una por una, cada una de las perlas.

Cada vez que una de aquellas semillas del placer desaparecía enterrada entre sus pliegues, una extática contracción se dibujaba en su rostro.

–Quítamelas –me dijo.

Con la polla palpitando entre mis piernas, me postré ante el templo de su pacer y comencé a lamerlo, jugueteando con el cordón que sostenía como un sedal las bolitas.

–No –me pidió entre gemidos–. Quítamelas. Despacio. Así.

Y extrajo una para que yo viera cómo quería que lo hiciera.

 […]
–Espera, se me ocurre otra manera mejor –le dije.

Y apliqué mis labios sobre los suyos y, mientras mi lengua jugueteaba con su clítoris y excitaba sus pliegues, comencé a tirar con los dientes del hilo hacia atrás, haciendo saltar la primera bola.

Un jadeo. Su cuerpo se estremeció, temblando y doblándose por la mitad de placer.

–Sigue –gimió, con los ojos cerrados, mientras apretaba mi cabeza contra su sexo.

Succioné sobre su vulva, haciendo saltar la siguiente esfera. Nuevo jadeo. Fui alternando el jugueteo de mi lengua con la succión de las bolas, haciendo que lanzara gemidos roncos a la vez que se doblaba sobre sí misma cada vez que llenaba mi boca con una nueva cuenta empapada en su deliciosa esencia.




 © Copyright 2016 Javier LOBO. Todos los derechos reservados.

5 comentarios:

Ola Vind dijo...

Ayyy. Dios, Javier. Y que te digo yo ahora. jejejeje. Sabes que me encanta como escribes. Increíble relato, excitante, me gusta. Enhorabuena.

Thessence dijo...

Maravilloso descubrimiento en este día festivo.

Thessence dijo...

Maravilloso descubrimiento en este día festivo.

Locas del romance dijo...

Magnífico relato. Me ha encantadoo ¡qué calor!

letras al Amanecer dijo...

Primero, escritor estrella, decirte que tienes una manera de narrar muy buena. Haces vivir la experiencia como si estuviéramos allí. Segundo, que me parece especial que hayas sacado a la luz tus narraciones. Eres tremendo. Ja ja de lo demás, ya te imaginarás qué pienso. Muy bueno.

 

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