RELATO "¿QUIÉN TEME AL LOBO FEROZ?"

Os presento mi relato "¿Quién teme al lobo feroz?", originalmente publicado en Secretos de R´Lyeh el martes 4 de noviembre de 2014. Esto no es más que una ínfima oarte de un relato mucho más extenso que aparecerá publicado en su versión íntegra en próximas fechas, según iré anunciando. Espero que os guste.


Zack Hemsey-Vengeance

 
¿QUIÉN TEME AL LOBO FEROZ?

Camino por las calles, oliendo su podredumbre, disfrutando del gélido candor de esta noche de otoño, un otoño que parece más invierno que estación de paso. Camino libre por estas calles, sobre los aceitosos charcos, dejando mi impronta sobre las sucias calles, bajo esta preciosa luna llena que me alumbra, que me observa con su pálida cara picada de viruela desde la oscura bóveda celeste.

Estoy de caza, y mi territorio es ilimitado. cada calle, cada portal, cada sombra que va tomando consistencia y densidad más allá de las luces de las farolas, cada metro cúbico de aire, es mi coto privado.

Y esta noche busco presa...


Me gusta ese contacto íntimo y personal que me permite la caza. No me gustan las armas de fuego, aunque no sería la primera vez que las uso, pero prefiero, como ya he dicho, un contacto más íntimo y personal.

Me gusta sentir cómo la hoja de mi cuchillo separa las fibras delicadamente, obligándome a ir despacio y a saborear el dolor a cada milímetro que corto con su afilado acero. Es singularmente placentero el desollarlas vivas antes de comenzar el despiece de las piezas más jugosas...

Me gustan las manos porque me permite sentir ese último latido, ese momento en el que se extingue la vida y ya solo queda la carcasa mortal con la que poder entretenerme, golpear inclemente una y otra vez hasta destrozar la piel, hundir mis dedos en sus cortes, en sus perforaciones, y notar el tacto resbaladizo y palpitante de sus vísceras.

No todo es placer sanguinario. También me queda el placer sexual, en el que desarrollo todo su miedo, en el que logro que se estremezcan de pavor ante mi presencia.

A fin de cuentas, soy el lobo...

Llevo años cazando, y aún nadie me ha encontrado. Soy una abstracción, una pesadilla viviente para recordarles que deben irse pronto a la cama, que los horrores existen sin necesidad de ver una película de miedo, que la más truculenta fantasía nunca podrá superar el infierno de la realidad.

Busco mi nueva presa...


Veo algo que me gusta: es una chica de unos diecisiete años, morena, menuda, de piel de porcelana y, como ésta, de frágil belleza. La veo a través del ventanal de la biblioteca. Está estudiando empecinadamente, como si el mundo se fuera a acabar en cero coma dos segundos.

Curioso, así será... para ella.

Entro sin prisa, busco un libro al azar en una estantería y me siento junto a ella, en diagonal, para que nos podamos ver con detenimiento.

Alza la mirada de sus apuntes y me sonríe. Y no la baja de vuelta al papel, sino que se me queda mirando con cara boba, hipnotizada. Soy atractivo, lo sé. Llevo años cuidándome en los gimnasios y con mi dieta a base de carne humana. Conozco bien la psiquis humana, puedo apreciar mil detalles con un solo vistazo.

Vive sola. No tiene a nadie que la pueda echar de menos que viva cerca de ella. Y percibo la ausencia de una madre en su vida.

Frágil, muy frágil.

Bien...

Nos presentamos. Comenzamos a hablar en voz baja, bisbiseando temas insustanciales y risas quedas toda vez que miramos alrededor para observar alguna mirada curiosa o reprobadora de nuestras conductas. Al cabo de un par de minutos, llega el primer roce de nuestras manos, apenas un instante fugaz al principio, luego en un contacto continuo en el que no aparta su mano de mí.

Ya es mía.

Le ofrezco la posibilidad de una taza de café y seguir hablando en mi piso, que vivo muy cerca, y le doy el calle de una buna zona a muy poca distancia de donde estamos.

Sonríe. Me dice que .

Tengo que contener un estremecimiento de placer al escuchar sus palabras. Siento una poderosa erección entre mis piernas por la excitación del sabor de su sangre y su miedo en mi paladar...

Salimos al frio de la noche y comenzamos a caminar despacio. Ella sonríe bobaliconamente, como lleva haciendo todo este rato atrás, aparentemente divertida por mis gracias. Le digo que la llevo a mi coche, lo que sí es verdad, pero no dónde vivo, dónde la pienso llevar.

Tengo hambre...

Hago como que he pisado algún excremento de perro y me retraso un par de pasos mientras ella dobla la esquina para ganar distancia, quedando por detrás de ella. Veo que, por delante, no queda nada ni nadie. Sólo estamos la oscuridad, unas farolas cuya luz amarillenta parpadea intermitentemente, y nosotros.

Es el momento.

Salto encima de ella y le atenazo el cuello entre los brazos mientras comienzo a apretarlo con fuerza. Es un sistema que me ah dado numerosos éxitos, ya que pierden el sentido, pero siguen vivas, y permite que pueda desplazarlas a mi madriguera para jugar con ellas como quiera.

-Caperucita, Caperucita... -le susurro al oído, apretando la presa sobre su cuello.

Pero algo va mal. Súbitamente, un inmenso dolor me traspasa la pierna, y pierdo pie. Un gruñido agudo que trata de ser un grito de dolor ahogado muere aplastado entre mis mandíbulas. Cuando me ve en el suelo, veo una oscura y húmeda manda pardusca que se va extendiendo por mi muslo.

Un caño de sangre brota con fuerza prodigiosa a través del agujero en la tela.

Me mareo.

Veo a la frágil muchacha sosteniendo un cuchillo en una de sus manos. De pronto, esa pátina de fragilidad a punto de romperse ha desaparecido de su ser, su rostro es ahora una máscara fija, inexpresiva, en la que brillan dos ojos oscuros que emiten un frío glacial y que no me pierden de vista.

-Lobo, Lobo -me dice en tono de reproche.

Camina muy despacio hacia mí. Siento que estoy temblando, que un frío inhumano se apodera de mi cuerpo y que cada vez me cuesta más respirar y moverme.

-Te estaba esperando -me dice de sopetón. Ante mi mirada de incredulidad, se explica-. Mi mamá murió hace dieciocho años en este mismo lugar. Al parecer, hubo algún cabrón desalmado que la asaltó y la mató arrancándole la garganta con las manos. La policía dijo que podía ser obra de un asesino en serie al que llamaban el Lobo. Yo tenía en ese momento siete años.

Me quedo impactado. Parece más joven. Entonces...

Todo esto es un engaño, y yo soy el tonto más grande del mundo. Recuerdo lo que me dice. Fue la primera vez que maté usando las manos desnudas. Recuerdo esa imagen de la piel y la carne desgarrada, con la sangre salpicándome a borbotones, y una cara de estúpida incredulidad que me excitó hasta hacerme sentir un orgasmo.

Pero, entonces, ¿esta niña es la hija de aquella mujer?

-Te crees un gran cazador, pero eres, en verdad, un torpe. Y los policías que te ha estado persiguiendo todos estos años aún más torpes. No se han dado cuenta de que siempre actúas en las mismas zonas, el perfil de víctimas que te gusta, ni que tienes debilidad por las noches de luna llena próximas a Todos los Santos. Yo sí. Y me he estado preparando dieciocho años para este momento.

Se inclina sobre mí. Curiosamente, no siento miedo. El cuchillo brilla malévolo ante mis ojos.

Es un brillo que me encanta.

-¿Quién teme al lobo feroz? -canturrea esta versión de Caperucita que es mi ejecutora.


Es la mismísima Némesis surgida de mi pasado para acabar conmigo por mis pecados...

Me encanta, mi caperucita.

© Copyright 2015 Javier LOBO. Todos los derechos reservados.

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